[A propósito del año Cortázar -año del centenario del nacimiento del autor-, algo que escribí el año pasado, cuando se conmemoró el 50 aniversario de la novela Rayuela]
¿Qué hace que una novela se materialice como un viaje que involucra objetos, perdurabilidad y desplazamiento de personajes cincuenta años después de su primera publicación?
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«El número de páginas de este libro es exactamente
infinito. Ninguna es la primera; ninguna, la
última».
JORGE LUIS BORGES
Al fin y al cabo, puedo decir que he tenido suerte. Me enteré casi a último momento que por el motivo del aniversario número cincuenta de la novela Rayuela —que se celebra este año—, de Julio Cortázar, se iban a llevar a cabo una serie de conferencias en Lima. Digamos que Lima, iba a ser la sede principal de esta celebración. Tremenda sorpresa. Hasta aquí llegarían, el embajador de Argentina en Perú, la agregada cultural de Argentina en Perú, Roberto Ferro — doctor en Letras por la Universidad de Buenos Aires y experto en materia cortazariana— y Julio Ortega — profesor en Brown University de Rhode Island desde 1989, donde ha dirigido el Departamento de Estudios Hispánicos y el Centro de Estudios Latinoamericanos—. Todos ellos se desplazarían a territorio limeño durante una semana para analizar a la Rayuela de Cortázar y rendirle una suerte de homenaje. Se trasladarían y a la vez harían la función de voceros oficiales de la fiesta.
En breve nos daremos cuenta que la palabra más adecuada para hablar de esta novela no es «analizar» sino que es «desarmar». En fin, eso no es demasiado importante ahora. Ahora me interesa que podré ir a la conferencia de inauguración —aclaración: no iré únicamente por tratarse de mi novela y mi escritor favorito, sino porque llama gratamente mi atención la labor de interesamiento que ha tenido que realizar la UNMSM para movilizar a toda esta gente a que vengan a Lima en pleno invierno solo para dar cuatro charlas y hablar sobre Rayuela o jugar a dar una charla, lo cual me parecería más exacto, de acuerdo al contexto—, ¿habría la UNMSN generado así una nueva audiencia?, ¿o muchas?
En los años ochenta, el ingeniero y sociólogo Michel Callon y el sociólogo y filósofo Bruno Latour (ambos franceses), desarrollaron un marco de análisis sobre la ciencia y la tecnología a partir de la crítica y reflexión de cómo se había estado planteando la sociología de la ciencia convencional y de sus investigaciones empíricas en los terrenos científico y técnico. Usted se preguntará —con mucha, razón, seguramente, yo habría hecho lo mismo— ¿qué diablos tendrá que ver la ciencia y la técnica con la literatura? O, mejor aún, ¿qué tiene que ver la sociología de la ciencia con una de las novelas más provocadoras, libres, transgresoras, ingeniosas y disruptivas del último siglo? Pues bueno, la respuesta es mucho.
Cuando llegué a la charla de inauguración del homenaje por los cincuenta años de Rayuela y escuché hablar por primera vez en vivo a Roberto Ferro —de quien ya he hecho una breve introducción al inicio de este texto— me di cuenta de algo que venía dando vueltas en mi cabeza a raíz de las múltiples veces que leí Rayuela en distintos períodos de tiempo: Rayuela es una máquina, un invento, un objeto, un artefacto en movimiento; y debe ser leída a partir del modelo de máquina, como si fuese (y es) un territorio en el que se mueven permanentemente una red de actores interconectados en diversos sentidos: personas, objetos, instituciones, ciudades. Bien dijo alguna vez el escritor italiano Umberto Eco: «Leer a Rayuela como si fuese una máquina».
Ferro inicia la conferencia proponiendo un juego a los presentes. Quienes debíamos escuchar su ponencia a manera de objeto desarmable, interviniendo, interconectando. Casi como el ejercicio que se debe hacer al leer la novela. Aclaración, Rayuela es una novela que no tiene un principio ni un fin, que se puede leer en el orden que el lector prefiera o, en todo, caso, no seguir ningún orden en absoluto. Se inicia con una sutil advertencia llamada «Tablero de Dirección», compuesta por una serie de números, que dice así:
«A su manera este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros. El primero se deja leer en la forma corriente, y termina en el capítulo 56, al pie del cual hay tres vistosas estrellitas que equivalen a la palabra Fin. Por consiguiente, el lector prescindirá sin remordimientos de lo que sigue. El segundo se deja leer empezando por el capítulo 73 y siguiendo luego en el orden que se indica al pie de cada capítulo. En caso de confusión u olvido, bastará consultar la lista siguiente:» (y aquí vienen los números).
En ese sentido, retomando las ideas planteadas por Callón y Latour, plantearé dos cuestiones. Por un lado, esta idea de «congelar la imagen» y «encarnar la palabra» que plantea Latour en varios de sus escritos, se relaciona estrechamente con Rayuela y, en general, con toda la obra cortazariana. En Rayuela la imagen no se congela. No hay ningún tipo de iconoclastía o iconolatría que valga. Al contrario, nada de lo escrito en esta novela está planteado para tomarse como absoluto o incuestionable. Más bien todo está planteado como movible, desarmable, cuestionable y hasta relativo (ojo, entendido como relacionismo). Porque en Rayuela la tarea de reinterpretación del lector y de intervención es fundamental. No debe leerse como un libro que te habla y uno es un lector pasivo que debe asentir con la cabeza y ahí se acaba todo. Curiosamente, lo cual se relaciona con el modelo educativo ciertamente decadente de los colegios y universidades en el Perú que lo que hace es congelar la imagen de los textos educativos, impedir los cuestionamientos y nulificar sus flujos o posibles reinterpretaciones.
Ello sucede en parte porque los maestros, en su mayoría, no consideran al medio ni al objeto que es supuestamente el pilar de sus conocimientos como mediador. En cambio Rayuela, siguiendo la lectura de Latour lo que hace literalmente es «encarnar la palabra». Es quizá uno de los ejemplos más didácticos de «no congelar la imagen» y «encarnar la palabra»[1], según lo planteado por Latour. Esta novela, desde su creación, estuvo pensada como un libro-objeto (un invento, como ya lo he dicho líneas arriba). Está compuesta por mapas de instrucciones, y cada espacio en blanco de cada página ha sido cuidadosamente editada por el autor con un sentido. Se materializa los contenidos, los significados bajo ciertos propósitos.
Lo mismo ocurre con otros libros de Cortázar como es el caso de Último round o La vuelta al día en ochenta mundos. Libros que están compuestos no solo por historias, cuentos o poemas, sino por imágenes, texturas o cortes (físicos) en cierto lugar de una página. Encarnar la palabra, darle importancia al continente (el libro) como medio y las interacciones físicas que pueda tener con cada lector. En palabras de Latour: «(..)congelar el cuadro, aislar un mediador de sus encadenamientos, de su serie, impide instantáneamente que el significado sea modulado y transmitido en verdad».
La otra cuestión tiene que ver con la teoría de actor-red que plantean dichos autores (Latour y Callon) y que plantea que el conjunto de actores (individuos, grupo u objetos) alrededor de un tema (o una controversia), así como sus propiedades y las reglas del juego al que juegan, no están nunca determinados de una vez por todas. En el caso de Rayuela, esto tiene dos lecturas. Una en el plano de la realidad (la conferencia de la que estoy hablando), y otra en el plano de la ficción de la novela. En el primer caso, para que el homenaje por el aniversario número cincuenta de esta novela se lleve a cabo en Lima, Perú (y no en Argentina, por ejemplo, país de nacionalidad del escritor de la novela) se tuvo que llevar a cabo una labor de interesamiento gestada por un cadena de intermediarios (en este caso, las personas de la UNMSM) hasta que finalmente, los dos invitados principales al evento —Ferro y Ortega— hicieron la función de estandarizadores y portavoces de los discursos oficiales de la celebración. ¿Qué logró movilizarlos?, tal vez la pasión por las letras latinoamericanas y un discurso convincente y empático por parte de las personas encargadas del tema en la UNMSM. Tal vez simplemente la pasión por Rayuela, como esbozó Ferro casi al final de su ponencia, intentando responder la misma pregunta.
Ahora, en el plano de la ficción es más complejo aún, porque Rayuela constituye una novela que no es otra cosa —entre otras cosas, claro está—, que una amplia red de actores que involucran a personas, objetos con gran carga simbólica y materialidad, instituciones, ciudades. Y que interactúan del mismo modo que esta teoría se aplica fuera del terreno de la ficción. Horacio Olivera, el protagonista del libro, sería un portavoz oficial. Mientras que, la Maga junto con Talita y Traveler formarían juntos una cadena de intermediarios y El Club de la Serpiente sería un estandarizador.
Ahora es una pena que dicho esto de la red-actor, ahora pase a decir que tal vez no tenga la más mínima importancia —digo tal vez, porque en realidad no lo creo del todo—. Sin embargo, siguiendo la lectura de las investigadoras Marianne de Laet y Annemarie Mol en su texto “The Zimbabwe Bush Pump. Mechanics of a Fluid Technology”, diría que Rayuela es por naturaleza (y principalmente) un objeto-invento-máquina fluida. Porque pone énfasis a la adaptabilidad y durabilidad del objeto (entendida como perdurabilidad). Según Laet y Mol: «Puesto que viaja a lugares inopinados, un objeto que no es demasiado riguroso, que no se impone sino que trata de servir, que es adaptable, flexible y receptivo –en suma, un objeto fluido-, bien puede probar ser más fuerte que uno que es firme».
Durante su ponencia, Ferro comentó que una vez al escritor argentino Roberto Bolaño le dijeron que su novela Los detectives salvajes era como la Rayuela de una nueva generación. A lo cual Bolaño contestó: «Ojalá recuerden a mis detectives salvajes de acá a cincuenta años, como seguramente lo harán con Rayuela». Ahora, la pregunta clave de este artículo: ¿Qué hace que una novela se materialice como un viaje que involucra objetos, perdurabilidad y desplazamiento de personajes cincuenta años después de su primera publicación? ó ¿Qué hace que luego de cincuenta años de su publicación una novela siga siendo plenamente vigente y logre movilizar a estudiosos-escritores importantes de la Argentina y diplomáticos argentinos de su territorio y comodidad para venir a Lima, en pleno invierno?
Mi hipótesis es que esto ocurre por el carácter fluido de Rayuela como invento. Rayuela es una máquina fluida. Primero porque es adaptable, sumamente adaptable. Su naturaleza es la adaptación. Que cada lector la reinterprete y adapte según su gusto, sus necesidades, su contexto, su país, su tiempo o su estado de ánimo del día. Porque al no tener principio ni fin y esta suerte de manual de lectura que se puede romper según la conveniencia de cada uno (y como a uno le dé la gana), supone una alta participación del lector. Según Ferro: «¿De qué depende que Rayuela funcione? Pues de la energía de lector». Luego dijo que en Rayuela «el lector se imagina como en un vuelo».
Las investigadoras que he mencionado líneas arriba, realizaron un estudio acerca de un invento que se llevó a cabo en Zinbwabwe hace algunos años. Se trataba de una bomba de agua rústica y bastante adaptable llamada “Bush Pump B type”. Acerca de ella, escribieron: «La gente en la villa adapta ingeniosamente la bomba. El hecho de que el diseño cambie, haciendo la bomba más reparable, sus elementos hidráulicos más fácil de reemplazar, sus componentes mecánicos mejor ajustados a sus tareas, puede sorprender incluso al inventor».
Piense ahora en las últimas cuatro líneas de esta cita. «puede incluso sorprender al inventor». Esto es exactamente lo que ocurre con Rayuela. Que es un invento en el que el inventor (Julio Cortázar) no espera ser la figura de autoridad portadora de su historia y que la cuenta y punto. Sino que abandona el control monopólico y espera que los lectores mismos intervengan en la obra. Que formen parte del invento no como receptores pasivos y él la autoridad, sino que se apropien del invento y que lo hagan suyo creando a su vez junto con él. Al igual que en la bomba de agua analizada por Laet y Mol. Y en ese sentido, tenemos entonces con estas características que Rayuela es un objeto ingenioso y creativo. Podría agregar también, por supuesto, innovador. Establece un quiebre en la narrativa latinoamericana por su osadía. Tanto que algunos tuvieron la idea de llamarla «antinovela», palabra que el propio Cortázar se habría encargado de combatir en los años posteriores a su publicación.
Y este punto es importante resaltar que Rayuela fue concebida pensando en romper jerarquías hegemónicas. Dos tipos de jerarquías. Una en ficción y la otra en la realidad. Desde el punto de vista de la ficción (según la temática de la novela) se quieren romper las jereraquías que sitúan a las costumbres de occidente como las que debe seguir todo el mundo porque son las correctas o las mejores. Se ironiza sobre todo aquello en la obra (la ironía siempre es una buena forma de enfrentarse a la autoridad). Y por otro lado —he aquí la más importante—, romper el orden tutelar del stablishment de escritores de la época que decía que no puedes escribir Rayuela y pretender que sea una novela o, peor aún, que no puedes escribir de ese modo, que eso no funciona. En el orden de lo que plantea el sociólogo Guillermo Nugent en “El orden tutelar. Sobre las formas de autoridad en América Latina” y su idea de que con el ingenio como expresión de la creatividad se pueden quebrar en cierto modo las relaciones jerárquicas.
Julio Cortázar al escribir Rayuela derribó varios paradigmas sobre lo supuestamente “adecuado” en la forma y en el fondo de la novela latinoamericana y utilizó un pensamiento disruptivo. Utilizó todos los sistemas de colisión siguiendo la línea de la “Teoría de la innovación”[2] (o de la creatividad) que plantea el sociólogo Gabriel Tarde en “Las leyes sociales”. De este modo, se opuso y luego se adaptó, pero sobre todo, fue todo menos inerte y siguió una chispa que le permitió crear una novela que luego de cincuenta años sigue siendo reseñada, comentada, analizada, discutida, odiada y amada por millones de personas en todo el mundo.
(DH)