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Rayuela, un objeto fluido

[A propósito del año Cortázar -año del centenario del nacimiento del autor-, algo que escribí el año pasado, cuando se conmemoró el 50 aniversario de la novela Rayuela]

 

¿Qué hace que una novela se materialice como un viaje que involucra objetos, perdurabilidad y desplazamiento de personajes cincuenta años después de su primera publicación?

………………………………………………………

 

«El número de páginas de este libro es exactamente

infinito. Ninguna es la primera; ninguna, la

última».

JORGE LUIS BORGES

 

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Al fin y al cabo, puedo decir que he tenido suerte. Me enteré casi a último momento que por el motivo del aniversario número cincuenta de la novela Rayuela —que se celebra este año—, de Julio Cortázar, se iban a llevar a cabo una serie de conferencias en Lima. Digamos que Lima, iba a ser la sede principal de esta celebración. Tremenda sorpresa. Hasta aquí llegarían, el embajador de Argentina en Perú, la agregada cultural de Argentina en Perú, Roberto Ferro — doctor en Letras por la Universidad de Buenos Aires y experto en materia cortazariana— y Julio Ortega — profesor en Brown University de Rhode Island desde 1989, donde ha dirigido el Departamento de Estudios Hispánicos y el Centro de Estudios Latinoamericanos—. Todos ellos se desplazarían a territorio limeño durante una semana para analizar a la Rayuela de Cortázar y rendirle una suerte de homenaje. Se trasladarían y a la vez harían la función de voceros oficiales de la fiesta.

En breve nos daremos cuenta que la palabra más adecuada para hablar de esta novela no es «analizar» sino que es «desarmar». En fin, eso no es demasiado importante ahora. Ahora me interesa que podré ir a la conferencia de inauguración —aclaración: no iré únicamente por tratarse de mi novela y mi escritor favorito, sino porque llama gratamente mi atención la labor de interesamiento que ha tenido que realizar la UNMSM para movilizar a toda esta gente a que vengan a Lima en pleno invierno solo para dar cuatro charlas y hablar sobre Rayuela o jugar a dar una charla, lo cual me parecería más exacto, de acuerdo al contexto—, ¿habría la UNMSN generado así una nueva audiencia?, ¿o muchas?

En los años ochenta, el ingeniero y sociólogo Michel Callon y el sociólogo y filósofo Bruno Latour (ambos franceses), desarrollaron un marco de análisis sobre la ciencia y la tecnología a partir de la crítica y reflexión de cómo se había estado planteando la sociología de la ciencia convencional y de sus investigaciones empíricas en los terrenos científico y técnico. Usted se preguntará —con mucha, razón, seguramente, yo habría hecho lo mismo— ¿qué diablos tendrá que ver la ciencia y la técnica con la literatura? O, mejor aún, ¿qué tiene que ver la sociología de la ciencia con una de las novelas más provocadoras, libres, transgresoras, ingeniosas y disruptivas del último siglo? Pues bueno, la respuesta es mucho.

Cuando llegué a la charla de inauguración del homenaje por los cincuenta años de Rayuela y escuché hablar por primera vez en vivo a Roberto Ferro —de quien ya he hecho una breve introducción al inicio de este texto— me di cuenta de algo que venía dando vueltas en mi cabeza a raíz de las múltiples veces que leí Rayuela en distintos períodos de tiempo: Rayuela es una máquina, un invento, un objeto, un artefacto en movimiento; y debe ser leída a partir del modelo de máquina, como si fuese (y es) un territorio en el que se mueven permanentemente una red de actores interconectados en diversos sentidos: personas, objetos, instituciones, ciudades. Bien dijo alguna vez el escritor italiano Umberto Eco: «Leer a Rayuela como si fuese una máquina».

Ferro inicia la conferencia proponiendo un juego a los presentes. Quienes debíamos escuchar su ponencia a manera de objeto desarmable, interviniendo, interconectando. Casi como el ejercicio que se debe hacer al leer la novela. Aclaración, Rayuela es una novela que no tiene un principio ni un fin, que se puede leer en el orden que el lector prefiera o, en todo, caso, no seguir ningún orden en absoluto. Se inicia con una sutil advertencia llamada «Tablero de Dirección», compuesta por una serie de números, que dice así:

«A su manera este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros. El primero se deja leer en la forma corriente, y termina en el capítulo 56, al pie del cual hay tres vistosas estrellitas que equivalen a la palabra Fin. Por consiguiente, el lector prescindirá sin remordimientos de lo que sigue. El segundo se deja leer empezando por el capítulo 73 y siguiendo luego en el orden que se indica al pie de cada capítulo. En caso de confusión u olvido, bastará consultar la lista siguiente:» (y aquí vienen los números).

En ese sentido, retomando las ideas planteadas por Callón y Latour, plantearé dos cuestiones. Por un lado, esta idea de «congelar la imagen» y «encarnar la palabra» que plantea Latour en varios de sus escritos, se relaciona estrechamente con Rayuela y, en general, con toda la obra cortazariana. En Rayuela la imagen no se congela. No hay ningún tipo de iconoclastía o iconolatría que valga. Al contrario, nada de lo escrito en esta novela está planteado para tomarse como absoluto o incuestionable. Más bien todo está planteado como movible, desarmable, cuestionable y hasta relativo (ojo, entendido como relacionismo). Porque en Rayuela la tarea de reinterpretación del lector y de intervención es fundamental. No debe leerse como un libro que te habla y uno es un lector pasivo que debe asentir con la cabeza y ahí se acaba todo. Curiosamente, lo cual se relaciona con el modelo educativo ciertamente decadente de los colegios y universidades en el Perú que lo que hace es congelar la imagen de los textos educativos, impedir los cuestionamientos y nulificar sus flujos o posibles reinterpretaciones.

Ello sucede en parte porque los maestros, en su mayoría, no consideran al medio ni al objeto que es supuestamente el pilar de sus conocimientos como mediador. En cambio Rayuela, siguiendo la lectura de Latour lo que hace literalmente es «encarnar la palabra». Es quizá uno de los ejemplos más didácticos de «no congelar la imagen» y «encarnar la palabra»[1], según lo planteado por Latour. Esta novela, desde su creación, estuvo pensada como un libro-objeto (un invento, como ya lo he dicho líneas arriba). Está compuesta por mapas de instrucciones, y cada espacio en blanco de cada página ha sido cuidadosamente editada por el autor con un sentido. Se materializa los contenidos, los significados bajo ciertos propósitos.

Lo mismo ocurre con otros libros de Cortázar como es el caso de Último round o La vuelta al día en ochenta mundos. Libros que están compuestos no solo por historias, cuentos o poemas, sino por imágenes, texturas o cortes (físicos) en cierto lugar de una página. Encarnar la palabra, darle importancia al continente (el libro) como medio y las interacciones físicas que pueda tener con cada lector. En palabras de Latour: «(..)congelar el cuadro, aislar un mediador de sus encadenamientos, de su serie, impide instantáneamente que el significado sea modulado y transmitido en verdad».

La otra cuestión tiene que ver con la teoría de actor-red que plantean dichos autores (Latour y Callon) y que plantea que el conjunto de actores  (individuos, grupo u objetos) alrededor de un tema (o una controversia), así como sus propiedades y las reglas del juego al que juegan, no están nunca determinados de una vez por todas. En el caso de Rayuela, esto tiene dos lecturas. Una en el plano de la realidad (la conferencia de la que estoy hablando), y otra en el plano de la ficción de la novela. En el primer caso, para que el homenaje por el aniversario número cincuenta de esta novela se lleve a cabo en Lima, Perú (y no en Argentina, por ejemplo, país de nacionalidad del escritor de la novela) se tuvo que llevar a cabo una labor de interesamiento gestada por un cadena de intermediarios (en este caso, las personas de la UNMSM)  hasta que finalmente, los dos invitados principales al evento —Ferro y Ortega— hicieron la función de estandarizadores y portavoces de los discursos oficiales de la celebración. ¿Qué logró movilizarlos?, tal vez la pasión por las letras latinoamericanas y un discurso convincente y empático por parte de las personas encargadas del tema en la UNMSM. Tal vez simplemente la pasión por Rayuela, como esbozó Ferro casi al final de su ponencia, intentando responder la misma pregunta.

Ahora, en el plano de la ficción es más complejo aún, porque Rayuela constituye una novela que no es otra cosa —entre otras cosas, claro está—, que una amplia red de actores que involucran a personas, objetos con gran carga simbólica y materialidad, instituciones, ciudades. Y que interactúan del mismo modo que esta teoría se aplica fuera del terreno de la ficción. Horacio Olivera, el protagonista del libro, sería un portavoz oficial. Mientras que, la Maga junto con Talita y Traveler formarían juntos una cadena de intermediarios y El Club de la Serpiente sería un estandarizador.

Ahora es una pena que dicho esto de la red-actor, ahora pase a decir que tal vez no tenga la más mínima importancia —digo tal vez, porque en realidad no lo creo del todo—. Sin embargo, siguiendo la lectura de las investigadoras Marianne de Laet y  Annemarie Mol en su texto “The Zimbabwe Bush Pump. Mechanics of a Fluid Technology”, diría que Rayuela es por naturaleza (y principalmente) un objeto-invento-máquina fluida. Porque pone énfasis a la adaptabilidad y durabilidad del objeto (entendida como perdurabilidad). Según Laet y Mol: «Puesto que viaja a lugares inopinados, un objeto que no es demasiado riguroso, que no se impone sino que trata de servir, que es adaptable, flexible y receptivo –en suma, un objeto fluido-, bien puede probar ser más fuerte que uno que es firme».

 

Durante su ponencia, Ferro comentó que una vez al escritor argentino Roberto Bolaño le dijeron que su novela Los detectives salvajes era como la Rayuela de una nueva generación. A lo cual Bolaño contestó: «Ojalá recuerden a mis detectives salvajes de acá a cincuenta años, como seguramente lo harán con Rayuela». Ahora, la pregunta clave de este artículo: ¿Qué hace que una novela se materialice como un viaje que involucra objetos, perdurabilidad y desplazamiento de personajes cincuenta años después de su primera publicación? ó ¿Qué hace que luego de cincuenta años de su publicación una novela siga siendo plenamente vigente y logre movilizar a estudiosos-escritores importantes de la Argentina y diplomáticos argentinos de su territorio y comodidad para venir a Lima, en pleno invierno?

Mi hipótesis es que esto ocurre por el carácter fluido de Rayuela como invento. Rayuela es una máquina fluida. Primero porque es adaptable, sumamente adaptable. Su naturaleza es la adaptación. Que cada lector la reinterprete y adapte según su gusto, sus necesidades, su contexto, su país, su tiempo o su estado de ánimo del día. Porque al no tener principio ni fin y esta suerte de manual de lectura que se puede romper según la conveniencia de cada uno (y como a uno le dé la gana), supone una alta participación del lector. Según Ferro: «¿De qué depende que Rayuela funcione? Pues de la energía de lector». Luego dijo que en Rayuela «el lector se imagina como en un vuelo».

Las investigadoras que he mencionado líneas arriba, realizaron un estudio acerca de un invento que se llevó a cabo en Zinbwabwe hace algunos años. Se trataba de una bomba de agua rústica y bastante adaptable llamada “Bush Pump B type”. Acerca de ella, escribieron: «La gente en la villa adapta ingeniosamente la bomba. El hecho de que el diseño cambie, haciendo la bomba más reparable, sus elementos hidráulicos más fácil de reemplazar, sus componentes mecánicos mejor ajustados a sus tareas, puede sorprender incluso al inventor».

Piense ahora en las últimas cuatro líneas de  esta cita. «puede incluso sorprender al inventor». Esto es exactamente lo que ocurre con Rayuela. Que es un invento en el que el inventor (Julio Cortázar) no espera ser la figura de autoridad portadora de su historia y que la cuenta y punto. Sino que abandona el control monopólico y espera que los lectores mismos intervengan en la obra. Que formen parte del invento no como receptores pasivos y él la autoridad, sino que se apropien del invento y que lo hagan suyo creando a su vez junto con él. Al igual que en la bomba de agua analizada por Laet y Mol. Y en ese sentido, tenemos entonces con estas características que Rayuela es un objeto ingenioso y creativo. Podría agregar también, por supuesto, innovador. Establece un quiebre en la narrativa latinoamericana por su osadía. Tanto que algunos tuvieron la idea de llamarla «antinovela», palabra que el propio Cortázar se habría encargado de combatir en los años posteriores a su publicación.

Y este punto es importante resaltar que Rayuela fue concebida pensando en romper jerarquías hegemónicas. Dos tipos de jerarquías. Una en ficción y la otra en la realidad. Desde el punto de vista de la ficción (según la temática de la novela) se quieren romper las jereraquías que sitúan a las costumbres de occidente como las que debe seguir todo el mundo porque son las correctas o las mejores. Se ironiza sobre todo aquello en la obra (la ironía siempre es una buena forma de enfrentarse a la autoridad). Y por otro lado —he aquí la más importante—, romper el orden tutelar del stablishment de escritores de la época que decía que no puedes escribir Rayuela y pretender que sea una novela o, peor aún, que no puedes escribir de ese modo, que eso no funciona. En el orden de lo que plantea el sociólogo Guillermo Nugent en “El orden tutelar. Sobre las formas de autoridad en América Latina” y su idea de que con el ingenio como expresión de la creatividad se pueden quebrar en cierto modo las relaciones jerárquicas.

 

Julio Cortázar al escribir Rayuela derribó varios paradigmas sobre lo supuestamente “adecuado” en la forma y en el fondo de la novela latinoamericana y utilizó un pensamiento disruptivo. Utilizó todos los sistemas de colisión siguiendo la línea de la “Teoría de la innovación”[2] (o de la creatividad) que plantea el sociólogo Gabriel Tarde en “Las leyes sociales”. De este modo, se opuso y luego se adaptó, pero sobre todo, fue todo menos inerte y siguió una chispa que le permitió crear una novela que luego de cincuenta años sigue siendo reseñada, comentada, analizada, discutida, odiada y amada por millones de personas en todo el mundo.

(DH)

 


[1] Cfr. Latour 2001: 37

[2] Cfr. Tarde 1907: 74-97

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A cocachos (no) aprendí

«Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha al mismo tiempo fue el no aceptar las cosas como dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra ‘madre’ era la palabra ‘madre’ y ahí se acaba todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba».

JULIO CORTÁZAR

 

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Esto no iba a empezar de esta manera, pero ha tenido que ser así a fuerzas, debido a algo que acabo de ver en la televisión, en el noticiero de la noche. En uno de los más prestigiosos colegios de Cajamarca, un profesor hace que un alumno que no fue al colegio el día anterior y que le contradijo algo que este había sostenido sobre cierto tema, se arrodille en el suelo con las manos hacia atrás y le da de cocachos en la cabeza. Lo avergüenza frente a la clase y hace que varios de sus compañeros se levanten de sus carpetas para que le hagan lo mismo. Luego de unos minutos, vocifera una oración creada por él en ese mismo momento en la que amenaza a los alumnos que no quieran ir a su clase o que lo contradigan en cualquier tema que el plantee. Espeluznante.

Más espeluznante aún porque acto seguido de que acabé de ver con bastante asombro esta escena me senté frente a la computadora y en el buscador de internet comenzaron a aparecer no decenas, sino cientos de casos recientes de abuso de los profesores hacia sus alumnos, sobre todo, en colegios del Estado de varios países y también en algunas escuelas privadas, pero en menor medida. Golpes, insultos, patadas, reglazos, cachetadas, humillaciones. Páginas enteras y videos que no tenían cuándo acabar. Los casos nacionales que pude encontrar fueron abundantes, pero también pude observar muchos casos ocurridos en China, Marruecos, Chile, España, Estados Unidos, solo por nombrar algunos países.

La primera lectura de estos incidentes podría ser que son sucesos que forman parte de la violencia social, la violencia humana o las alteraciones mentales de algunas personas, pero vayamos un poco más allá. En casi todos estos acontecimientos violentos el modus operandi a raíz de, digamos, una llamada “intransigencia” de parte de los alumnos hacia sus “superiores” —que vienen a ser los maestros— se inicia cuando un alumno osa cuestionar alguna cosa dicha por el maestro. Entonces el alumno se convierte en un insurgente y un ser conflictivo que no se adapta a los valores morales y educativos planteados por su escuela y que, por ende, debe ser condenado y castigado, ¿por qué delito? Por pensar. Eso: pensar. Y acá, atención, el pensar del que voy a hablar se relaciona sí, con reflexionar, discurrir, pero más que nada con poseer un sentido crítico hacia las personas, acontecimientos, conceptos y todo lo que está alrededor (a nuestro alrededor). El no aceptar las cosas como dadas porque sí y ahí se acaba todo.

Pero esta (i)lógica de agresión al alumno por el delito de cuestionar, de pensar, forma parte de algo que no es otra cosa que un sistema educativo obsoleto, embrutecedor, castrador y, en definitiva, poco útil que además refleja la nula existencia de empatía de los profesores hacia los alumno  o de lo que el sociólogo George Mead entiende como “consciencia de sí”, que no es otra cosa que la capacidad para provocar en nosotros una serie de reacciones y actitudes de los otros[1]. Algo que debe resultar bastante ajeno para los maestros que enseñan de esa forma.

Un sistema o estructura educativa que enseña a los alumnos a manera de doctrina o de manual de instrucciones y que, en la mayoría de los casos, encima tiene la falsa idea de canonizar a la matemática y al lenguaje como las dos disciplinas —porque se enseñan en ese sentido— que son las únicas que pueden lograr el éxito de un estudiante (y con ayuda del libro escrito en físico entendido y concebido como monopolio de conocimiento). De un modo menos amigable, si no es bueno en una u otra, ese chico o chica no sirve para nada.

Con ello se corre el riesgo y ocurre que se cae en lo que el sociólogo francés Bruno Latour llama «congelar la imagen», digamos que generando una especie de iconoclasia o iconolatría en relación a estas materias que están contenidas, principalmente en un soporte de libro físico. Tomarlas como sagradas o verdades absolutas e incuestionables. A mi visión, un grave error. Y lo peor es que está bien, sucede principalmente con esas dos materias y sus variantes, pero en realidad se extiende a todos los demás cursos.

Y aquí viene lo interesante, siguiendo la lectura de Latour lo que está ocurriendo es que en los regímenes de enunciación  que se toman para enseñar la matemática o el lenguaje de ese modo, están dejando de lado los referentes y la idea de «encarnar la palabra». Es decir, en el común análisis (y planteamiento) de este modelo educativo se está prestando atención únicamente al contenido y no al continente (el medio), que vendría ser el libro y las interacciones de los alumnos con el libro.

Y acá ocurre algo de doble filo. Por un lado, está la errada imagen de iconoclastia e iconolatría a estas materias que impide su cuestionamiento y que nulifica o ignora su flujo y posibles reinterpretaciones[2]; y por otro, a su vez ocurre lo mismo con el soporte es decir el libro, entendido como monopolio de conocimiento. Y hoy, con la sobrepoblación de información gracias a la internet y otros factores, el libro escrito en físico es todo menos el monopolio de conocimiento. Claro que la mayoría de profesores de colegio parece que ni enterados y entonces en su modelo educativo el hecho de que el libro sea el ente sagrado que contiene todos sus contenidos intocables no tiene —paradójicamente— importancia alguna como medio ni como objeto, porque solo se ponen a pensar en el contenido, pero a la vez lo congelan. Similar a lo que Latour considera que ocurre con los enunciados de la ciencia y la religión: «Lo que quiero decir es que, tanto el caso de la ciencia como el de la religión, congelar el cuadro, aislar un mediador de sus encadenamientos, de su serie, impide instantáneamente que el significado sea modulado y transmitido en verdad. La verdad no se encuentra en la correspondencia —sea entre las palabras y las cosas, en el caso de la ciencia, o entre original y copia en el caso de la religión—, sino en tomar para sí nuevamente la tarea de continuar el flujo, de prolongar en un paso más las cascadas de las mediaciones».

Pero, veamos, eso no es lo único, en este modelo, el mejor alumno es el que se sabe todo el libro de paporreta sin cuestionar ni una sola como ni un solo punto, las clases se plantean a manera de temario y la discusión en clase sobre algún tema queda rezagada como lo menos importante, en el mejor de los casos. Porque en la mayoría, simplemente no existe. Y eso se puede observar claramente desde la disposición de las carpetas de los alumnos y el escritorio del profesor o la existencia de un escalón de considerable medida que eleva el espacio en donde se encuentra el maestro en relación a las carpetas de los alumnos.

Entonces, se crea algo así como una homogeneidad colectiva que genera en muchos de los estudiantes la anulación de su sentido crítico, de su cuestionamiento, de su curiosidad —sobre lo que hablaré más adelante—. Porque hasta esta llega a ser silenciada o no tomada en cuenta. Ahora, no quiero ser fatalista ni apocalíptica social ni nada por el estilo ni tampoco sostengo que entonces lo mejor es no ir al colegio, por ahí no va el asunto y eso sería ridículo. Lo digo es que, si bien hay otros factores como el ambiente familiar, el bagaje cultural y las interacciones sociales, que contribuyen a la formación educativa de alguien, el problema de la estructura y modelo educativo de casi todas las escuelas es que colabora sin ningún sentido a un proyecto de creación de masas y reducción de públicos, en la línea de la diferencia entre masa y público que plantea el sociólogo estadounidense Robert Park en su texto “La masa y el público”.

El público es heterogéneo, tiene capacidad crítica, discute, piensa y genera espacios de discusión, mientras que en la masa hay una sola interpretación de las cosas, un solo objetivo, homogeneidad[3]. O como él mismo afirma: «Pero precisamente porque la masa es una aglomeración de seres humanos con características heterogéneas, el «alma de la masa» se compone con las propiedades comunes a todos los individuos, y la masa se abandona a la indómita pasión de una crueldad salvaje».

Al escribir esto me viene a la mente casi al instante la distopía creada a comienzos de los años cincuenta por el escritor estadounidense Ray Bradbury en su novela Fahrenheit 451. Esta novela muestra una sociedad “ideal” en la que la posesión o lectura de libros es un delito. En ese orden, existen en ella bomberos que en vez de dedicarse a apagar incendios, lo que hacen es producirlos. Su tarea es ir casa por casa a buscar libros para proceder inmediatamente a quemarlos en una hoguera flameante y a la vista y aplausos de los ciudadanos. «Los libros envenenan la mente humana: ¡A quemarlos todos!», aseguran ellos.

En ese contexto, los habitantes de este mundo viven casi como zombis únicamente viendo televisión (que simula hablar individualmente a cada persona de esa sociedad y todo el tiempo tiene una misma programación) y siguiendo una rutina impuesta que no se puede variar. No lo saben, pero entre líneas les han prohibido pensar. Los han condenado a obedecer y hacer lo que todos hacen y a creer que los libros envenenan la mente humana. A creer ciegamente lo que “alguien” les ha dicho, a tener una actitud pasiva. A la inercia. Esa misma con la que los centros educativos están colaborando consciente o inconscientemente. A la actitud pasiva en la que el maestro habla y copia en la pizarra todo lo que dice en su libro de texto y los alumnos escuchan, copian y una que otra vez preguntan por si no les quedó claro algo de lo que estaba escrito allí.

Y la inercia, condena a la vez en el estancamiento social, la no-producción o pobreza de ideas, la no creación, la no creatividad, la no existencia de sistemas de colisión, siguiendo la línea de la “Teoría de la innovación”[4] (o de la creatividad) que plantea el sociólogo Gabriel Tarde en “Las leyes sociales”, ¿cómo crear algo o una nueva idea si no ha habido antes una “oposición”?[5]

Esta actitud pasiva, luego puede tranquilamente extrapolarse a la idea que flota en el imaginario social de que mientras menos sepas, serás más feliz y todo este hecho de que el conocimiento (o el pensar) te puede volver amargado, triste, infeliz, molesto con el mundo  o cosas por el estilo. Entonces, en esa lógica, los individuos se limitan a no cuestionar demasiado las cosas, solo leer acerca de temas “digeribles”, nunca investigar más allá de algo, limitarse por ejemplo, a solo ver televisión o solo informarse sobre tres temas puntuales o leer a un solo autor o discutir sobre dos temas, y a partir de ello formarse su idea de cómo ocurren los acontecimientos o las diversas cuestiones del mundo, olvidándose de simplemente curiosear.

Curiosear. Probablemente, para muchos suene inútil y poco productivo, pero este ejercicio tan didáctico y, en ocasiones, sencillo, repetido en muchos temas y contextos sirve para cuestionar y de ese modo, mirar las cosas que se mueven alrededor no desde la obediencia silenciada, sino desde un sentido crítico que hace posible que se generen nuevas ideas. Y que a través de ellas se creen espacios de discusión que den paso a la innovación y a la generación de más nuevas ideas. Pero atención, para nada creo que esto del sentido crítico se relacione intrínsecamente con el conocimiento del sabiondo o con ser un diccionario de la Wikipedia andante (eso es paporreteo sin nuevas ideas). Ni siquiera es que uno deba interesarse obligatoriamente por  la política y la ciencia y la medicina y la cosmología y la sociología y la metafísica o la matemática pura y en todos los temas del mundo. Digo que esa chispa de la curiosidad puede ser lo que active el sistema de colisión que plantea Tarde y, posteriormente, la innovación, pero si esta curiosidad es vista como una insurgencia en muchos centros educativos, ¿cómo dar paso y colaborar a la innovación, a las diferencias, a los inventos?

Lo que yo propongo es que en el momento en el que algo sucede en uno y se empieza a generar una curiosidad o un simple cuestionamiento, el sentido crítico, el pensar, se está eligiendo (consciente o inconscientemente) un modo de vida que tiene que ver con la individualidad y la creación y el ser dueño de unos cuantos mililitros de antídoto en contra de las múltiples manipulaciones a la que nos vemos expuestos en el plano social (de parte de los medios de comunicación, de las religiones, la política, de los grupos de poder e, incluso, de las escuelas). Y eso es lo que deberían tomar en cuenta como una posible tarea los centros educativos de toda índole: fomentar y patrocinar institucionalmente la curiosidad, no domesticar o educar según una obediencia ciega.

Si bien es cierto, en algunas universidades este modelo cambia, en el mejor de los casos, el niño ya pasó  más de diez años de su vida en una institución que concibe las cosas en este modo. Un modo que termina empobreciendo la capacidad y sentido crítico de las personas por medio del silenciamiento de opinión o de cuestionamiento.

Si se continúa en esa lógica silenciadora en la que solo se puede hablar de tal o cual cosa que no sea “provocadora”, y que pensar más allá de o cuestionar sea visto como algo nocivo (o, más peligroso aún, prohibido mediante el castigo) puede ocurrir que, paradójicamente, en la era de la sobrepoblación de información y de acceso a ella, nos apeguemos al modelo de Fahrenheit 451. Una sociedad que ya no innove ni genera nuevas ideas, pasiva, silenciada, homogénea. En donde la chispa de la curiosidad sea apagada al instante o se la quiera ignorar, lo cual es más preocupante. Y en donde cada vez se reduzcan más los espacios de discusión, los foros híbridos y las conversaciones inteligentes, porque ¿cómo pueden existir estas sin la curiosidad, el sentido crítico y sin la empatía?

 


[1] Cfr. Mead 1968

[2] Cfr. Latour 2001: 39

[3] Cfr. Park 1904: 363-370

[4] Cfr. Tarde 1907: 74-97

[5] Cfr. Tarde 1907: 46-73

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Súbete a la bicicleta

No suelo hacer esto, pero esta vez publico en este blog algo escrito por otra persona. Aquí va un texto de alguien que quiso colaborar con este sitio. Se llama Liliana C* y escribe sobre el beneficio de usar bici. Debo decir que mi bicicleta se llama Violeta y es un medio de transporte excelente. Aquí el texto de Liliana:

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Circular por la ciudad puede ser, en ocasiones, caótico y estresante .El excesivo ruido, el tráfico o la contaminación nos empiezan a pedir a gritos una alternativa al auto y al resto de medios de transporte. La solución está en la bicicleta.

Los amantes del ciclismo están de enhorabuena. Y es que son muchas las ciudades que empiezan a habilitar carriles para circular en bici sin el temor a tener que circular al lado de un auto que en muchas ocasiones puede ser muy peligroso para el que está encima de una bicicleta.

El uso de la bici para ir al trabajo o para desplazarse por las urbes está cada vez más extendido, ahorras tiempo, dinero y además haces deporte. Y si fuera poco lo anterior, una de los aspectos fundamentales para usar la bicicleta por la ciudad es por beneficio de nuestro medio ambiente. Sin duda alguna, las bicicletas no emiten gases nocivos y lo que es mejor tampoco producen ruido por lo que  podrían terminar con la contaminación acústica de la mayoría de las ciudades.

He aquí algunas claves para usar la bici por la ciudad:

–        Sustituye el auto por la bici. Es momento de dejar el auto en casa y tomar la bicicleta para ir al trabajo. Puedes comprar una bici de segunda mano a través de avisos gratis online. Puedes hacerte con una bicicleta nueva o de segunda mano. Ahorrarás dinero y tiempo si haces la adquisición por internet.

–        Una forma de hacer deporte. Montar en bicicleta no sólo es ecológico sino que también es saludable. A la vez que nos desplazamos al trabajo o al supermercado podemos hacer deporte y ejercitarnos al mismo tiempo. Además, después del trabajo podemos eliminar el estrés pedaleando camino a casa. ¡Es saludable para cuerpo y mente!

–        A favor del medio ambiente. El uso de la bici favorece el medio ambiente ya que no emite humos como el resto de los medios de transporte a motor ni tampoco emite ruidos. Si queremos potenciar el ecologismo en nuestra vida cotidiana, esta es la mejor forma de hacerlo.

–        Aporta flexibilidad. Otra de las ventajas de usar la bici en lugar del carro es la flexibilidad que nos aporta. Viajar en bicicleta por la ciudad es mucho más rápido y flexible sobre todo cuando tenemos que hacer distancias cortas. Deja en casa el auto aparcado y opta por la bici para este tipo de desplazamientos.

–        Aparcas en cualquier lugar. Cuando vamos al trabajo o a comprar en muchas ocasiones tenemos problemas con el aparcamiento.  Con la bicicleta se acabó ese problema, ya que es fácil aparcarla en cualquier lugar y en muchas ciudades hay lugares específicos para hacerlo.

–        Diviértete con tus amigos. Y es que optar por la bicicleta por la ciudad es además de útil, divertido, ya que puedes ir acompañado de otros ciclistas y compartir tu rutina diaria mientras vais camino de la oficina.

*Comunicadora y articulista. Licenciada en Ciencias de la Comunicación Social en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Master Executive en Ciberperiodismo y Tecnologías de la información en la AECED por la Universidad de los Pueblos de Europa. Actualmente trabaja como redactora, colaborando con numerosos portales web y periódicos digitales en España y Sudamérica.

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Actualidad, Sociedad

Los últimos de la fila

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Para variar, estamos en la punta de la cola. Salimos casi al último cuando tocaron el silbato. La fila está llena de países que quieren llegar primero a la mejora de su sociedad, la aceptación de las diferencias, evolucionar.  Solo tomando en cuenta a nuestros países vecinos, ya nos han ganado Argentina y Uruguay (y casi casi por walk-over), ¿Por qué nos afana con tanta pasión ser primeros en la comida o el deporte y no nos interesa encaminarnos a la medalla de oro en respeto a la diversidad sexual?

Buena parte del lenguaje cotidiano del Perú está plagado de “cabrones”, “marica”, “maricones”, “cabros”, “machonas”, “marimachas”, “chavón”, utilizando solo las palabras menos grotescas. Dixit ilustre miembro de la iglesia católica peruana, Monseñor Bambarén: «¿Por qué hablan tanto de gay, gay, gay? Hablemos en castellano, en criollo. Maricones, así se dice, ¿sí o no?». Pero esto no solo ocurre en la calle ni es dicho exclusivamente por personas “importantes”, gran parte de la prensa y los medios de comunicación oficializan este discurso violento, retrógrado y elemental que en vez de hacer que avancemos en la lista de espera, nos manda al último lugar y con una patada contundente en el trasero.

Aunque vamos, no nos podemos sentir tan mal si  se escuchan las declaraciones de hace pocos días del reciente Presidente de Paraguay, Horacio Cartes: «Si mi hijo se casa con otro hombre me pego un tiro en las bolas». Dicho esto, lo de Bambarén digamos que podría pasar piola. Pero si recordamos al respetadísimo periodista y líder de opinión Philip Butters mariconeando a gritos en la televisión y con su tristemente célebre declaración: «Yo te digo una cosa, así para terminar, yo por la mañana voy al nido de mi hija y si veo a dos lesbianas u homosexuales chapando les pido por favor que se vayan a la primera y segunda, a la tercera ya los estoy pateando»; o a la esbelta señorita reina de belleza made in Perú, Cindy Mejía: «No tendré un hijo homosexual porque le daré una buena crianza. Siento que aquello no me pasaría porque esas cosas se dan cuando falta el padre, cuando se sufre una violación, cuando esa persona vive solo con la madre y las hermanas, y allí empieza el amaneramiento. Cuando tenga hijos los voy a entregar a Dios por completo» (recontra plop); podremos notar que otra vez vamos al último. «Ignorancia, es nuestro peor enemigo», como diría Gondwana en una de sus canciones.

A luz de una construcción social basada en este lenguaje violento e ignorante, sumado a un discurso católico-moralizador que cree que debe opinar sobre todo (y que sus opiniones son acertadas y deben ser aceptadas con amén y sin por qué); a un gobierno indiferente en cuanto a asuntos escandalosos  que tienen que ver con el estereotipo de la “mariconería”, más un imaginario popular relleno de machismo, ¿será posible pensar que algún día —por lo menos un poquito antes del fin del mundo—, se pueda aceptar o si quiera debatir con seriedad la validez institucional del matrimonio igualitario en el Perú?

Una reciente encuesta de Ipsos Apoyo señala que el 80% de los encuestados tolera la homosexualidad, pero, oh sopresa, el 77% desaprueba el matrimonio igualitario. En el mundo ya son 14 los países que han aprobado el matrimonio entre homosexuales. Solo dos son de América Latina: Argentina (en 2010), Uruguay (hace unos días) y algunos estados de México. Qué casualidad que países con los mayores índices de desarrollo humano, económico y paz social; como es el caso de Nueva Zelanda, Islandia o Canadá la hayan aceptado, ¿debe significar algo, no?

A Islandia, por ejemplo, en 2009 la ONU la declaró como el tercer país más desarrollado del mundo. Mientras aquí, con los “macho-peruano-que-se-respeta”, “macho-alfa” y demás delirios demenciales de caricatura de hombre del siglo XIX; con un discurso religioso-conservador que pinta a los homosexuales como excomulgados sociales (¡pecado!) y con una educación que enseña a la mayoría de niños que ser homosexual es anormal, nos quedamos otra vez en el tercer, cuarto, quinto y sexto mundo. En el sub-mundo.

(DH)

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Actualidad, Opinión

Combate cerebral

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Un veinteañero corredor de autos afirma que concluyó sus estudios universitarios sin haber leído un solo libro, una rubia joven y regia cree que un archipiélago es un animal, una ex miss Perú asegura que Simón Bolívar fue el héroe del Combate de Angamos, una señorita rulosa se queda en blanco cuando le piden que diga el significado de “DNI” y un fornido muchacho dice que los reinos naturales son sólido, líquido y gaseoso. Estas patinadas televisivas más parecen una parodia de los chistosos, pero no, es televisión en vivo, la fiebre del “reality” made in Perú.

Y mientras esto ocurrió en los  dos programas de entretenimiento supuestamente familiares en horario de la tarde con más rating en la televisión peruana (“Combate”  y “Esto es guerra”), la última encuesta de CPI arrojó lo siguiente: 56.7% de la población percibe que la seguridad ciudadana es el principal problema del país mientras que solo 4.7 %  considera que lo es el acceso a la educación de calidad (ubicándose en la ubicación número seis, casi al último). Parece que el mensaje desesperado archipiélago-animal no ha quedado claro del todo. Parece, además, que el problema de fondo ha sido desplazado una vez más por el show, la parafernalia en la que los músculos ocupan un lugar más elevado que las neuronas.

Los episodios del tipo animal-archipiélago provocaron una reacción interesante en la ministra de educación, Patricia Salas: “Tengo que hacer un llamado a los medios de comunicación para que actúen con responsabilidad y consecuencia respecto a los programas que producen y emiten a la población, porque tienen la posibilidad de tomar decisiones para mejorar sus contenidos”. Y luego  “Hay que enseñarles a los niños, niñas y adolescentes a ver los programas con sentido crítico y aprender a construir una opinión propia y autónoma”. Ahora, pregunta: ¿la responsabilidad de los sketchs cuasi cómicos que se han transmitido en estos programas recae, sobre todo, en los medios de comunicación? No lo creo. Aunque se quieran hacer los brutos (sin alusiones personales), ciegos, sordos y mudos, el problema de la educación en el Perú es de verdad alarmante.

En 2010, según un estudio de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OECD), los estudiantes peruanos ocuparon el puesto de 62 de 65 países en cuanto a comprensión lectora (nótese que en el año 2000 ocuparon el último lugar) y, para decorar el pastel con la cereza correspondiente, un estudio que la Evaluación Censal de Estudiantes (ECE 2012) que se publicó hace pocos días, reveló que siete de cada diez alumnos de segundo de primaria (o sea el 69,1% de ellos), no comprende lo que lee. A ver, a la luz de este panorama ¿cómo es que los miles de niños y jóvenes que se sientan a ver estos programas cada tarde y que, en muchos casos, toman como ídolos a los jóvenes que dicen que GianMarco compuso el Himno Nacional  pueden observarlos con sentido crítico?

El hecho de que todo este episodio célebre ocurra a la vista y paciencia de todos es un síntoma de la poca importancia que se da al tema educación en el país y, por consiguiente, del déficit educativo que existe en el Perú. Y no de ahora, desde siempre. Un país en donde se invierte menos de cuatro soles por día en cada alumno (las comparaciones a veces son de mal gusto, pero la cifra es la cuarta parte de lo que invierte Chile), donde los profesores ganan un sueldo que da pena, donde las editoriales de libros de texto escolares se mueven mediante mafias para vender más libros no importa cómo, donde no se instituyen políticas educativas adecuadas y, aquí viene lo peor, donde los propios ciudadanos luego de quejarse y hacer pataleta por lo ocurrido en aquellos programas, ubican a la educación como casi la última rueda del coche en cuanto a la problemática nacional.

El logro más grande —si es que se puede llamar así—  en este ámbito ha sido la transformación de grandes unidades escolares por iniciativa del anterior gobierno (los “Colegios emblemáticos”). Pero ya ven, otra vez la confusión en donde se piensa que la forma es más importante que el fondo. Cemento más importante que profesores correctamente preparados y buenos textos escolares. Músculos más importantes que neuronas. La cultura light, el fitness.

En esa lógica, el chico corredor de autos con pinta de galancito adolescente de telenovela mexicana es recontra bacán (como el eslogan de su programa) porque nunca ha leído un solo libro en su vida y a su novia rubia y linda hay que perdonarle que no sepa lo que es un archipiélago porque es «humana» y también regia. En esa cultura del implante-músculo, el pensar es un ejercicio inservible, la tele basura cubre la cuota de información que necesitan los ciudadanos, cualquier otra cosa es más importante que la educación y los archipiélagos son animales. Hasta que algún gobernante decida gastar la mitad en cemento para caer en cuenta de su capital humano desperdiciado y por fin hacer algo al respecto.

(DH)

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Arte, Fotografía

Iquitos al borde (Muestra del Colectivo Supay en la BIENAL de fotografía de Lima)

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Con aparente agresividad, el animal se apodera de un hombre. A simple vista no parece un animal y el hombre no parece un hombre. En conjunto, se asemejan a una criatura extraña con una cabellera estática. Al fondo hay una selva atiborrada de plantas que acentúa la notoriedad del hombre y su animal. Es un oso perezoso. Con esta imagen, el colectivo Supay presenta la muestra Borde. El escenario es Iquitos y trata sobre  el encuentro del hombre con la naturaleza y viceversa.

Una visión diferente de la Amazonía se expresa con astucia en esta serie de 40 fotografías y proyecciones visuales. Afronta el encuentro del hombre y la naturaleza en su forma más contradictoria. Por un lado, viven en armonía y dependencia  pero, por otro, se enfrentan, se atacan, se destruyen. El hombre depende de la naturaleza pero la depreda, la contamina. Y el animal, en ocasiones, depende del hombre pero lo ataca, lo hiere.

Complicada y paradójica relación que existe en la Amazonía de Iquitos en su forma más extrema. Se construye la historia a través de sombras, texturas y muchos detalles. Así se expresa el asecho, la destrucción, la búsqueda, la derrota y la agonía que se vive a diario en esa selva casi virgen.

Supay nace hace siete años, cuando un grupo de jóvenes fotógrafos decide formar una plataforma para exhibir lo que les es imposible hacer en los medios en los que trabajan o han trabajado: Adrián Portugal, Roberto Cáceres, Max Cabello, Giancarlo Shibayama, Ernesto Benavides y Marco Garro.

Es la segunda muestra que Supay presenta en el Perú. Esta vez, con autoría única para darle más unidad al conjunto de fotografías. Iquitos y su gente al borde. Con una nueva cara que no muestra su estridencia u alegría, sino su intrincada realidad. La naturaleza y el hombre exhibiéndose, pidiendo auxilio. La vida misma de Iquitos pero al extremo.

DH

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Arte, Cultura, Fotografía

Dándole imagen a los invisibles ( La muestra de Daniel Pajuelo en la BIENAL de foto de Lima)

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Un niño con la mejor –y más espontánea– sonrisa del planeta, trepado en una llanta y regocijándose en las aguas movedizas y arremolinadas de un río decadente, es la foto abridora de esta exposición. “La calle es el cielo” se titula y el autor es Daniel Pajuelo, uno de los mejores reporteros gráficos del Perú. Pero por su lente no desfilaban paisajes de ensueño, políticos, ni los famosos del momento. Pajuelo  daba imagen a una Lima marginal, oscura, triste y llena de personajes invisibles. No porque realmente no estén, sino porque la mayoría los ignora. Personajes que adornan y construyen las calles limeñas a su antojo: travestis, vendedores ambulantes, cobradores de combi, choferes, mototaxistas, niños de la calle, borrachines, los que duermen en las bancas. Su jungla era variadísima. Su jungla era, sobre todo, su cielo.

El Agustino, Gamarra, La Victoria, las cuadras más bravas del centro y  de El Rímac, eran sus lugares favoritos. En una Lima de crisis política y social de los años ochenta y noventa, Pajuelo se encarga de retratar la crisis a su manera. Pero no solo mediante pobreza y marginalidad, sino también mostrando el esfuerzo del limeño por salir adelante a como dé lugar. Ya sea vendiendo toallas en Gamarra, saliendo al amanecer para hacer mototaxi, cargando costales u ofreciendo los más insólitos productos en las calles. La religiosidad popular también juega un papel importante en su obra: procesiones, peregrinaciones por semana santa, etc. Y por supuesto, las marchas que eran la manera explícita de expresar la crisis.

Todas las fotografías presentadas en la muestra son en blanco y negro. En sus imágenes abundan las irónicas contradicciones como un Bart Simpson en una peregrinación en los cerros o una toalla de Gokú en pleno jolgorio de Gamarra. Le gustaba estar muy cerca de esos personajes. Tal vez esa era su mejor técnica: estar cerca. Además, quizá era la manera más justa de retratarlos.

La espontaneidad, naturalidad y  desparpajo se muestra sin reparo en sus fotografías. Nada resulta posado, ficticio, inventado o manipulado. Su estilo tan personal, tan sórdido, tan real y, por momentos, crudo, prevalece como un importante referente fotográfico tras 12 años de su muerte. “¿Dónde está el lugar al que todos llaman cielo?”, escribió poco antes de morir en su libretita verde. Ya lo había encontrado: en la calle, por supuesto.

DH

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Actualidad, Política

Congo: donde el cuerpo de la mujer es un campo de batalla

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Una niña de diez años es azotada hasta la muerte contra una pared de ladrillos. Antes había sido violada brutalmente a manos de un soldado combatiente de las FDRL, milicia ruandesa hutu denominada Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda. Los hutu son uno de los tres grupos étnicos que ocupa Ruanda –el mayoritario-, y Ruanda es un país muy pequeño de África Central que limita por el oeste con la República Democrática del Congo (RDC), también ubicada en África Central. Este hecho ocurrido el 27 de enero del 2009 es un claro ejemplo de lo que viene ocurriendo en el Congo hace varias décadas con total impunidad. Mujeres entre cinco meses y setenta años son violadas sistemáticamente. Cuarenta y ocho violaciones cada hora en promedio.

Por Diana Hidalgo

Feminicidio. El diccionario de la Real Academia Española (RAE) aún ignora el término. Sin embargo, es usado por millones de personas alrededor del mundo para denunciar y repudiar los maltratos y asesinatos en masa a mujeres en muchos lugares del planeta. Uno de los principales es el Congo, el segundo país más extenso del África. El país en donde ser mujer parece ser un castigo divino, un pecado o la peor suerte que uno puede correr –sin desearlo-, apenas nace. El término “feminicidio” es una adaptación de inglés “feminicide” y fue empleado por primera vez en 1976 en el tribunal internacional de Bruselas por la feminista sudafricana Diana Russell. Russell definía el término como: “el feminicidio se conforma en una suma de violencias aceptadas por una sociedad que ignora, silencia, invisibiliza y minusvalora las agresiones contra las mujeres”.

En el Congo las estadísticas son espeluznantes. Cuarenta y ocho mujeres y niñas son violadas en promedio cada hora (1152 en un día). Y, sólo en un período de doce meses –entre el 2006 y 2007-, 400.000 mujeres y niñas de 15 a 49 años fueron violadas. Las víctimas: mujeres entre cinco meses y setenta años. Estas cifras pertenecen al estudio titulado “Sexual violence against women in the Democratic Republic of the Congo: Population-based estimates and determinants”, publicado en mayo del 2011 en la revista científica American Journal of Public Health. Dicha investigación fue realizada por tres investigadores en salud pública: Amber Peterman, del International Food Policy Research Institute, Tia Palermo de la Stony Brook University, y Caryn Bredenkamp del Banco Mundial.

Un informe publicado el 22 de enero de este año por Human Rights Watch, una de las principales organizaciones internacionales independientes que desde hace 30 años se dedica a la defensa y la protección de los derechos humanos, afirma que la situación presentada en el estudio de mayo del 2001, no ha cambiado. Que se sigue registrando un gran número de violaciones cometidas tanto por miembros del ejército como por los grupos insurgentes que operan en el territorio congoleño. Pero, lo peor, señala este último informe, es la aparente impunidad para estos crímenes.

 

Congo no es un país

 

“Salvo por el nombre geográfico, África no existe”, decía decía Ryszard Kapucinski para plasmar la compleja realidad del continente. En el caso del Congo, es una realidad aún más compleja. Con más de cuatro millones de habitantes, es uno de los países más pobres del mundo y su escaso poderío militar –está rodeado de pequeños Estados con Ejércitos mucho más poderosos que el suyo-, contrasta peligrosamente con la riqueza de sus recursos naturales. Uno de los más polémicos es el Coltán. Mineral por el que el país se ha bañado en sangre para que el resto del mundo pueda tener los mejores celulares o los aparatos tecnológicos más modernos. Muchos hechos que han provocado que durante décadas se viva allí un clima de inestabilidad y violencia.

En el Congo se sigue viviendo una guerra civil que prácticamente comenzó en la Guerra Fría cuando Estados Unidos derrocó al presidente de turno –Patrice Lulumba-, y puso en su lugar a Laurent-Désiré Kabila. Kabila fue asesinado y tras su muerte se desató la guerra. En el 2005, Joseph Kabila (hijo del anterior presidente), asumió la presidencia del Gobierno junto a una supuesta pacificación del territorio. Sin embargo, lo que ha hecho es compartir el poder con algunos de los líderes de las facciones enfrentadas en la guerra civil.

Actualmente, en la RDC, operan entre siete y nueve facciones armadas que luchan por el control de las zonas, el poderío, y los recursos naturales. Las que más destacan: La FDRL (Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda), mayor responsable de las barbaries cometidas en el territorio; Ejército de Resistencia del Señor (LRA); Fuerzas Democráticas Aliadas/Ejército Nacional para la Liberación de Uganda (AFD/NALU); Movimiento de Liberación Independiente de los Aliados (MLIA); Alianza por un Congo Libre y Soberano (APCLS); Coalición de Resistencia Patriota Congoleña (PARECO); Fuerzas Republicanas Federalistas (FRF); Frente de Resistencia Patriótica de Ituri (FRPI) y Frente Popular por la Justicia en el Congo (FPJC). Además, el ejército nacional del país, Fuerzas Armadas de la República Democrática del Congo (FARDC), también se suma a la lista de atropellos contra los derechos humanos cometidos por estos grupos insurgentes (en marzo del 2009, violaron en grupo a 21 mujeres y niñas). Uno de los principales, la violación sexual sistemática y violencia hacia las mujeres.

Es decir, en el Congo se vive claramente una guerra asimétrica propiciada por un estado tremendamente fallido. Un Estado en el cual los grupos armados han superado y pisoteado la soberanía del gobierno. Un Estado sin garantías donde el Derecho Internacional ha fracasado y los derechos humanos son utopías inalcanzables.

 

Más que violaciones sexuales: una cruel arma de guerra

Justamente, estos grupos armados utilizan como una de sus armas de guerra por el poder a las mujeres. Tal como señala la ONG Anmistía internacional -organización que trabaja por el reconocimiento de los derechos humanos-: “Las violaciones a mujeres por los grupos armados es frecuente, ya que se utilizan las agresiones sexuales como táctica de guerra, para aterrorizar a la población civil. La RDC es actualmente el país con un mayor número de violaciones a mujeres a manos de grupos armados. En las guerras contemporáneas, como la de la RDC, alrededor del 95% de las víctimas mortales son civiles, lo que implica gravísimas violaciones de los tratados internacionales de Derecho Internacional Humanitario, entre los que destacan las Convenciones de Ginebra.”

Esta violencia hacia las mujeres no sólo incluye violaciones sexuales. Sino también maltrato psicológico y físico, mutilaciones, torturas, desfiguraciones, violaciones brutales en las que las víctimas mueren producto de las heridas, violaciones colectivas y escenas en donde los soldados obligan a un padre a violar a su hija, su madre o su hermana. La peor catástrofe que se ha vivido en el país para ojos de muchos defensores de los derechos humanos.

Con ello, los grupos armados ganan poder y se aseguran soberanía en el territorio a través del miedo, del silencio, la intimidación y las amenazas. Según estadísticas de la ONU, hasta la fecha se han desplazado 250,000 personas del territorio congoleño en busca de paz. Por su parte, el Gobierno del país acepta las cifras y reconoce la terrible situación de la mujer en su país. Sin embargo, protege a su ejército y la mayoría de estos crímenes han sido pasados con total impunidad en los tribunales de la RDC.

Quizá la mayoría de personas podría considerar a este conflicto como un enfrentamiento étnico –en parte lo es-. Pero, más allá de ello, es un conflicto que se convierte en económico y social porque involucra la lucha por la riqueza del país (sus recursos naturales), como se ha mencionado anteriormente. Una lucha por el poder y el control de un territorio y una sociedad sumamente golpeados por la violencia y el crimen.

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Arte, Fotografía, Pintura, Poesía

El mapa como reflejo y esperanza de nuestro tiempo

Doce artistas limeños se convierten en exploradores y voceros de territorios inexistentes. La cartografía, los sueños y  las observaciones se unen para presentar “Terra Incógnita”. Hay que creer en esos mapas.

El saber dónde estamos y a dónde vamos nos da poder. Sin los mapas el ser humano estaría perdido y lejano. Pero ¿Qué pasa cuando tienes el poder de modificarlos, de inventarte unos nuevos? La osadía de estos artistas limeños hace realidad, aunque sea por un momento, el sueño de otros mundos diferentes aunque sean utópicos.

Más allá habrá dragones, les dijeron a forma de atormentadora advertencia. A ellos poco les importó. Movidos quizá por querer controlar su destino o su ubicación espacio-temporal cruzaron la línea en búsqueda de algo, de “eso”. Ahí se dieron cuenta que ellos eran los dragonas.

“Terra incógnita” está compuesta de fotografía, video, pintura, dibujo, experimentos, poesía y recuerdos.  Todo ello bajo la premisa de que todo el mundo no ha logrado ser cartografiado. Un simulacro de la realidad que es producto de varias filtraciones en el territorio verdadero, como sostiene Patricia Villanueva, su curadora.

DOCE HISTORIAS

Es una sola historia coherente pero que es el resultado de doce historias distintas. Las doce miradas y nostalgias de Nancy La Rosa, Rodrigo La Hoz, Stefania Polo, Ana Teress Barboza, José Vera Matos, Eliana Otta, Kenji Nakama, Nicolás Lamas, Alberto Borea, Luisa Fernanda Lindo, Nicole Franchy y Maricel Delgado.

Caminos poblados por hormigas hambrientas; mapas donde en vez de ciudades o países hay grupos de cumbia, restaurantes, dedicatorias, prostíbulos y propagandas comerciales; lugares en donde las utopías son la verdad en medio de una mentira; panoramas formados por postales imposibles; objetos que se mueven en la playa como metáfora del lugar donde provenimos; mapas destrozados; planos arquitectónicos con historias personales; cartografías armadas de una manera distinta.

Movidos por la insatisfacción, la curiosidad y la nostalgia, ellos presentan una realidad que está fuera de aquello que percibimos como real. Un territorio que no existe, que está más allá de esos límites siempre impuestos, las obligaciones. Ahí exactamente, en la incógnita en la que se encuentran todos los dragones.

Centro Cultural de España (Natalio Sánchez 181-185, Santa Beatriz). Hasta el 16 de marzo.

DH

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Cultura, Literatura, Literatura peruana

Detrás de las respuestas del mudo

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«En cada lector futuro, el escritor renace» JRR.

  [Las siguientes líneas corresponden a una curiosidad y deseo de conocer la vida detrás de  la obra o de lo que se conocía acerca de un autor. Porque muchas veces existen vidas ocultas, escritores que muestran una o mil caras pero que en la intimidad son otros, distintos. En el caso del escritor peruano, Julio Ramón Ribeyro, no hay tal vida oculta ni distinta pero si muchos aspectos interesantes y que no habían sido contados hasta la fecha: lugares a los que frecuentaba, sus manuscritos, quiénes eran sus amigos, de qué le gustaba hablar, cómo era su casa en Lima, cómo fue su estadía en París, entre otras cosas. En la presente investigación, a través de seis entrevistas –escogidas por su importancia-, realizadas entre los años 1971-1994, por periodistas y amigos que tuvieron cercanía con él en diferentes años, se pretende ahondar acerca de los detalles nunca contados de estas entrevistas y del autor. La premisa es que Ribeyro fue en su intimidad y en su obra y apariciones públicas, el mismo. Un hombre profundamente tímido, sencillo, que valoraba mucho la amistad y le gustaba estar en grupo, fumador empedernido y que tenía una preocupación por el Perú].

*Por Diana Hidalgo

 

En el año 1971, el periodista y escritor Abelardo Oquendo le hizo una encuesta a Ribeyro para publicarla en su libro “Narrativa peruana 1950-1970” (libro que contiene encuestas a 14 narradores peruanos). Además de esta encuesta, Oquendo compartía una amistad presencial y por carta con Julio Ramón. Desde comienzos de los años 70 comenzaron a intercambiar cartas por un período de alrededor de 10 años (correspondencia que se conserva íntegra en el fondo de literatura de la universidad de Princeton). Pero se conocieron exactamente en los años 50 mientras ambos hacían estudios en la Universidad de San Marcos. Amistad que llevó a Ribeyro a pedirle que presentara su libro en 1992 –el cuarto tomo de “La palabra del mudo”-, en la Municipalidad de Miraflores. El pasaje que se relatará a continuación ha sido de conocimiento, hasta la fecha, tan sólo por las personas que estuvieron dentro del recinto esa noche. 16 de junio de 1992.  Abelardo Oquendo llega de prisa a la Municipalidad para presentar el libro. Con las justas puede pasar porque desde hace horas se habían congregado cientos de personas que gritaban a vivas voces ¡Ribeyro es del pueblo y no de la Oligarquía! ¡Julio es del pueblo! A la hora indicada, Alberto Andrade (alcalde del distrito en ese momento), abre la ventana del balcón para que Ribeyro –que estaba profundamente nervioso- de unas palabras para la muchedumbre que lo esperaba afuera desde hace horas. Ribeyro dijo unas pocas palabras y cuando acabó la ceremonia, se abrió la puerta de la municipalidad y toda la gente que estaba afuera empezó a empujar la puerta para entrar. Clamaban por autógrafos. Julio Ramón –muy nervioso y algo desencajado-, corrió a esconderse en una oficina del recinto durante varias horas. Pidió por favor que lo encierren hasta que se calme la multitud y pueda salir sin que lo viera nadie. Ninguna persona que estaba afuera ni muchos de los que estaban dentro del lugar supieron, en ese momento, dónde se había metido el escritor. No por aires de divo ni sobrado, sino por timidez. Una profunda timidez con la que lidiaba cada día durante cada entrevista o aparición pública. Pero que no era pretexto ni impedimento para tener un grupo de buenos amigos con los que constantemente se reunía tanto en Lima como en París, ciudad en la que permaneció treinta años entre idas y venidas.

Sus amistades y su diario personal

Y es justamente en París donde se hizo de un buen grupo de amigos con los que compartía conversaciones y de su vida personal. Uno de esos buenos amigos es el escritor y periodista Alfredo Pita. Tras la entrevista que él  le hizo a Ribeyro en 1987 hay una historia de amistad, que indaga los pasajes de la estadía de Ribeyro en París y sobre la primera vez que dejó que lean sus memorias o diario personal.  Dicha entrevista fue publicada el 15 de noviembre  del mismo año en el suplemento “Cara y sello” de “El Nacional”. Las respuestas fueron grabadas y ocuparon tres páginas de la publicación. Tres de noviembre, marcaban las tres de la tarde y hacía mucho frío. Alfredo Pita se dirigía a la casa de Ribeyro cerca al metro Courcelles, en París. Estaría a punto de comenzar una intensa charla de dos horas y media en donde se hablaría de libros, literatura, hábitos, el Perú. «Era un pedido de un diario en el que colaboraba en Lima», dice Alfredo.  Pero Julio sólo acepto –casi siempre reacio a las entrevistas-, por la amistad que ellos tenían desde hace un tiempo. Amistad que comenzó a inicios de los años ochenta –en París- y que se afianzó con las llamadas “reuniones de los viernes”. La iniciativa para estos encuentros la tuvo Carlos Rodríguez Larraín tras notar que Julio se había quedado un poco solo luego de que sus amigos volvieran a Lima. Se iniciaron en 1985 y se prolongaron hasta que Ribeyro regresó al Perú (en 1992). El grupo lo formaban: Ina María Salazar, Fernando Carvallo, Jorge Bruce, Carlos Rodríguez Larraín, Alfredo Pita y Ribeyro. Esporádicamente –y en distintas épocas-, se sumaron a las tertulias de los viernes: el diplomático Marco Carreón, el escritor colombiano Santiago Gamboa, el escritor Guillermo Niño de Guzmán (amigo de Ribeyro de muchos años) y Carlos Ortega, funcionario de la Unesco. Las citas de estos viernes solían comenzar por las tardes y extenderse hasta las noches. Casi nunca se realizaban en el mismo lugar. El grupo solía desplazarse explorando París desde restaurantes conocidos hasta calles hermosas y mojadas por la lluvia. Caminando, buscando cafés, conociendo. Allí se hablaba del Perú, de política, de literatura (peruana, norteamericana, europea y asiática), de vino, de libros, de política internacional y de comida. Y esa fue la antesala para que Ribeyro, que ya se sentía cómodo con este grupo y los consideraba sus amigos, mostrara por primera vez su diario personal. Debido a su timidez, esa misma que lo impulsó a esconderse en una oficina de la Municipalidad de Miraflores,  Julio Ramón Ribeyro casi no concedía entrevistas y menos en televisión. De las tres que concedió, la primera de ellas, se la otorgó a Fernando Ampuero –periodista, escritor y amigo- en el año 1986. Trasmitida el 27 de abril del mismo año, la entrevista se llevó a cabo en el programa “1+1” del canal 9. Era una mañana acalorada de abril y todo el set de canal 9 se preparaba para recibir al escritor. Ribeyro se presentó con un pesado terno gris y desde que vio los reflectores del canal, tuvo miedo. Se preocupó mucho por el estupor. Hacía mucho calor y se sentía sofocado, sin embargo, los cuarenta minutos –incluidos cortes comerciales-, que duró la entrevista, Julio se mostró muy tranquilo. Hablaba fluidamente y dominando su miedo a las cámaras. Luchaba por olvidar el calor del terno. Se conocieron a mediados de los 70, pero su relación se hizo más cercana a fines de los 0chenta. Cuando se comenzaron a reunir de dos a tres veces por semana para almorzar o cenar. Por esos años, a Julio Ramón se le dio el antojo por visitar casinos, relata Ampuero. Asistían en grupo (con Ampuero y Guillermo Niño de Guzmán) a los casinos de Barranco o Miraflores.  Jugaban black jack o simplemente conversaban. Valoraba mucho esa amistad y le gustaba estar en grupo. Las salidas nocturnas también eran muy frecuentes. “A Julio le gustaban las mujeres bonitas”, afirma Ampuero. Su amistad se volvió muy cercana. El día que  Ribeyro se entera que ganó el premio Juan Rulfo –en 1994-, decide llamar a Ampuero para encontrarse, junto con otros amigos (entre los que estaban Guillermo Niño de Guzmán) en el bar de “La Rosa Náutica”. Lugar donde solían reunirse repetidamente. Junto a ese acontecimiento también le pidió que lo acompañe al bar “Donde el Negro” (Establecimiento del “Negro Flores” en Barranco al cual también acudía con frecuencia) para que un fotógrafo mexicano le tome las fotos respectivas para construir el busto de bronce que le hicieron para colocarlo en Lima, en la Avenida Pardo.  

Ribeyro y su preocupación por el Perú

Ribeyro tenía una familia pudiente. No muchas personas tienen conocimiento de ello, pero Julio Ramón era primo hermano de Enrique Ferreyros Ribeyro (dueño-fundador de la conocida compañía peruana de maquinaria pesada, “Ferreyros”). Sin embargo, Julio siempre estuvo distanciado de los negocios y los dinerales y más bien tenía una preocupación por los temas sociales e ideas inclusivas por las que muchas veces se le asoció a la izquierda política. El abogado Jose Luis Sardón, quien lo entrevistó en Lima, el 29 de abril de 1986 junto a Alfredo Bryce Echenique, Augusto Ortiz de Zevallos y Abelardo Sánchez León en el desaparecido “Suizo” de La Herradura, fue testigo de ello las veces que se reunió con él entre los años 1990 y 1994. Solía decir “Tienes que estudiar ciencias sociales para ser ensayista” y también se lamentaba de no haberlas estudiado él, afirma Sardón. Tenía una gran preocupación y angustia por el tema del terrorismo y decía que la política le preocupaba y le aterraba al mismo tiempo. “Tenía una fina sensibilidad por el Perú, le preocupaba mucho”, sostiene Sardón. Lo mismo confirma el periodista Javier Monroy Cervantes –quien lo entrevisto en el año 1992 para la revista “Oiga”-, en Lima.  Además de esa entrevista mantuvieron cierta cercanía de tertulias (en las que a veces se incluía Guillermo Niño de Guzmán y el editor Jaime Campodónico) durante el mismo año. Monroy señala que en las charlas que sostenían hablaron en múltiples ocasiones acerca del libro  “El desborde popular y la crisis del Estado” del antropólogo ayacuchano José Matos Mar (publicado en 1984). Julio decía que ese libro le había gustado mucho y que reflejaba una sensibilidad social que a muchos políticos y a muchos escritores les faltaba. Se preocupaba por las clases menos favorecidas y por los jóvenes. En esas conversaciones hablaba mucho acerca de los jóvenes de secundaria, las clases menos favorecidas y hasta de la cultura “chicha”. De los primeros, decía que poseían el germen de cambio de ideas en la sociedad, afirma Monroy.  

Los últimos años

En ese mismo año –en el 92- Ribeyro conoce a Jorge Coaguila. Un tiempo antes de morir Ribeyro dijo de él que era “su mejor crítico biógrafo”. Coaguila lo visitó muchas veces durante sus últimos años de vida. Julio Ramón le concedió seis entrevistas (durante los años 1992 y 1994)  que, posteriormente, fueron publicadas en libros de Coaguila. De su historia con Ribeyro existen aspectos curiosos que no han sido contados ni revelados con anterioridad. Se sigue develando su personalidad tímida: cuando Coaguila acudía a entrevistarlo o conversar sin grabadora, Julio Ramón se explayaba sin dudarlo. De lo contrario, era mucho más reservado e incluso parco. La personalidad librada de vanidad o vanagloria se aprecia en Ribeyro. Jamás se auto-aplaudía por sus labores o logros como escritor ni lisonjeaba su propia obra. Prueba de ello es que en el año 94, Ribeyro (en su casa de Barranco) no poseía ningún ejemplar de sus libros de “La palabra del mudo”. Le pidió a Coaguila que se los compre. “Criticaba mucho las poses”, afirma Coaguila. Asimismo, Julio Ramón le solicitó a Coaguila que le sacase fotocopias a sus cuentos para armar una recopilación de cuentos inéditos. Esa fue la segunda vez que accedió a que alguien pueda ver sus manuscritos. Eso demuestra que llegó a confiar en Coaguila quizá tanto como en sus otras amistades. Ribeyro, en sus últimos meses de vida, fumaba Malboro light, hablaba de Camilo José Cela y de Eric Fromm, de sus conversaciones con el pintor Piqueras, tenía unos ceniceros gigantes, muchas copas y botellas de vino y una pila de libros de Maupassant. Así lucía su casa durante los meses antes de su despedida terrenal en Lima –el 4 de diciembre de 1994-, para encontrase, seguramente, con sus geniecillos dominicales, con Luder o con el dichoso pisapapeles que alguna vez le robó Ridder. Siempre el mismo. El escritor tímido, fumador, preocupado por el Perú y con gran cariño y valor a la amistad. Como fue y como lo recuerdan estos entrevistadores que también fueron  sus amigos.

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